martes, febrero 15

Hacia tiempo que no pedía deseos. Siempre que pedía alguno me salía mal: si pedía amor me daban mentiras, si pedía un príncipe me salía una rana...Por eso dejé de desear, al menos con el corazón. Pero entonces apareciste tu, así, de la nada. Como si vinieses de un cuento o de una historia imposible.
Sentí el irrefrenable deseo de desear. Y deseé. Deseé que todo lo que desease se hiciese realidad. Deseé, en ese preciso momento, tener algo a lo que pedirle un deseo, y me miraba un dientecillo de león silvestre, que con su mirada salvaje parecía desear que yo desease pedirle un deseo. Ante aquella casualidad, lo arranqué suavemente, con cuidado, lo miré por un instante y deseé. Te deseé.

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